sábado, 2 de junio de 2007

Desgarrando su propia vida

Ahora, ahora la agotaba la idea de pensar.

No quería seguir.

No podía parar.

Pero allí estaba; devolviendo lágrimas, devolviendo vida.
Era como un monstruo insaciable que se alimentaba del sufrimiento y se comía su vida, poco a poco.

Ella

Se miraba.
Se tocaba.
Se hundía.
Se moría.

Noche tras noche escribía lo que sentía en las hojas de un viejo cuaderno.
Y volvía a morir.
Cada noche.
Cada día.
Llegaba el sol, llegaba la luna; como siempre.
Y ella quería parar el tiempo, parar su obsesión. Tirada, pensaba en dejarlo.
¿Cuánto más aguantaría?
Llevaba dos semanas evitando la tentación de desgarrar su vida vomitando.
Pero volvió (ella), el monstruo volvió, cargado de más fuerzas, más veneno, más dolor.
Mientras:
La engullía. El monstruo a ella. Ella a su vida.
Devolvía su vida como cada día, incluso sin tener ya vida alguna que devolver.
Y lloraba. Una y otra vez.
Y el monstruo se apoderaba de ella.
Y crecía.
Y vivía acomodado en todo se cuerpo.
Y se apoderaba de ella mientras rasgaba la poca carne que quedaba y lo convertía en huesos, lo convertía en una desesperada obsesión por desaparecer.
Y seguía ese extraño ser dentro de su estómago, dentro de su cabeza.
¡No sigas!- le gritaba a él; se gritaba a ella misma.
Rota.
Ella estaba esparcida por el suelo en mil pedazos.
Y devolvía.
Se hacía cada vez más y más grande y la mordía.
Y envenenó su cerebro.

Demasiado tarde para darse cuenta de que esa asquerosa y enmarañada sensación, ese insaciable y obsesionado monstruo era ella.
Y seguía, se desgarraba la vida como si se tratase de algo normal.

Ahora, ahora era la definitiva.

Ocupó todo su precioso cuerpo y la inundó de sufrimiento.

Ahora, ahora vomitó toda su vida.

14.03.06

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