Mi pequeño y largo dedo índice recorría ahora su cara, daba vueltas por su encrespada piel y se hundía en su cuerpo.
La tocaba.
¡Sí!
Ella estaba allí.
Sus suspiros morían con la llegada de la noche.
Y yo seguía con ella.
Acariciaba ahora su espalda, su suave y clara espalda.
Y mis dedos se perdían en ella.
Y sus labios se perdían en mi.
Pero seguía.
Mis manos se arrastraban con suavidad y se detenían cuando su respiración se hacía más fuerte
recalcando en ella mi deseo.
Ahora, mi lengua.
Era la que humedecía y besaba su cuerpo, poco a poco.
Me detenía.
La miraba.
Preciosos aquellos ojos que intentaban apoderarse de mi cabeza clavándose en mi mente una y otra vez.
Observaba.
Un lunar brotaba de su labio y me invitaba a besarla.
Un lunar.
Su mirada.
Su cabello.
Me sumergía en otro mundo.
Con ella.
24.03.06
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