viernes, 13 de abril de 2007

Un día más

Un día más.
Lejos de todo, cerca de nada; allí se encontraba su pequeña y frágil mirada.
Se sentía rota, vacía; la acechaba un sentimiento casi perdido, casi muerto.
Las lágrimas parecían no acabar y aumentaba su deseo de abandonarlo todo, una vez más, un día más.
Ella, ella, ella.
No quería recordarla, tampoco quería amarla como la amaba.
Puede que fuera una coincidencia, puede que fuera una vida, puede que la matase poco a poco su peligrosa y enmarañada personalidad.
La suave y fría lluvia se derretía por todo su cuerpo, las nubes se ensombrecían, la noche se apoderaba del mudo tiempo, de la perfecta imperfección, del indeciso miedo, del profundo amor, del desgarrador aullido del deseo.
Se apoderaba de todo, e inundaba con su presencia su pequeño corazón.

Un día sin sol
mi mano acariciando su pelo.

Un estrellado cielo
Yo
mi deseo, mis caricias
Ella
su mirada, sus besos.

La lluvia inundando toda la cuidad
mi cuerpo frío junto a su cuerpo desnudo.

Paz
una palabra de sus suaves labios.

Perfección
mis manos acariciando su rostro,
su pecho contra el mío.


Pereza
nuestros cuerpos abrazados.

Vida
ella.

Estaría perdida un momento más, un día más.
Ahogaba su tristeza tras un cristal.
No volvería
¡No! No volvería a amarla después de todo.
Hoy
Hoy será un día lento y herido, un día aquejado por la soledad, un día muerto...
Un día más.

jueves, 12 de abril de 2007

Duelo entre gotas de lluvia

-¡Resbala!-gritaba uno de los niños, deseando que aquella perfecta gota recorriese su camino lo antes posible. -¡Vamos! ¡Vamos!-decía una y otra vez.
Mientras, a su lado, una niña de ojos grises se concentraba en el mismo deseo pero no decía nada, ni una palabra salía de sus pequeños labios.
Ella permanecía en silencio, con esa enorme mirada grisácea, apuntando a la fina gota, a la gota que la pertenecía.
La observaba como si fuera su vida, resbalando, pasando poco a poco pero a la vez tan rápido que llegaba al borde del cristal y nadie se daba cuenta, nadie lamentaba su pérdida cuando aquella gota estallaba agotando su vida, dejando paso a otras suaves y finas gotas.
-¡Nosotros podemos ganar!-repetía el niño hasta quedarse sin aliento.
Pero su gota no avanzaba. Había permanecido intacta, en una esquina del mojado cristal, esperando.
La niña seguía sumida en el silencio, observando como su gota corría sin cesar.
Esto le recordó a algo, era como la sangre que derramaba su madre, era como aquel día oscuro en el que el tiempo se agotaba y ya no quedaba nada, solo sangre iluminada por un cielo roto de esperanza.
El viento azotaba su mente. Sangre, vacío, amor, lluvia, muerte.
La desesperación se apoderó de la niña. Salió corriendo presa del pánico que le resultaba recordar una y otra vez lo que había sido su vida. Se acurrucó en una esquina.

---------------------------------------



El niño gritaba eufórico hasta que consiguió que su gota adelantase a la de la niña.
Gritó y gritó. Se llenó de euforia y alegría. Había conseguido ser algo más. Sentía orgullo. Ahora poseía la superioridad en sus venas.
Se dio la vuelta y observó lo que en realidad era todo aquello, sintió añorar una vida. Estaba en un lugar lleno de niños como él, niños que deseaban ser acogidos por alguna familia; niños faltos de cariño, niños que esperaban cada mañana, niños que competían con las gotas de lluvia, niños vencidos, niños mudos, niños muertos por dentro.
Apartó su mente de estos pensamientos, se guió por la luz gris que desprendía su mirada, la de ella y la encontró alimentando sus lágrimas con la más profunda oscuridad
Estaba sentada, con la cabeza apoyada en las rodillas. Él se acercó a su sedoso pelo y la besó. Después, desapareció como la lluvia.
Él se marchó pero volvería a buscarla. Siguió observando la lluvia, deseando que las finas gotas recorriesen el cristal sin pensar, lo recorriesen como si él las empujase poco a poco, lentamente, una a una.


Ella esperaba a la lluvia día tras día. Y contaba las gotas, contaba los días, sentía como le añoraba, sentía como le amaba.




02.02.06

Mientras el otoño inunda las calles

Ya nada era lo que parecía.
Recuerdo como ella, cada atardecer, contemplaba como el otoño inundaba las calles.

Yo permanecía en silencio, su mirada llena de miedos me incomodaba.
La visitaba todos los días, era una gran amiga y aunque la mayoría de las veces el silencio se apoderaba de nuestras palabras, me gustaba observarla...
Una tarde llamé a la puerta, como de costumbre, pero nadie me abrió.
Un aroma inquietante rodeaba aquel lugar, el día pálido, los pájaros parecían quejarse de dolor, las miradas de la gente que por allí pasaban eran tristes, sin sentido y yo ahora me encontraba solo, perdido en un mundo extraño, ya que aunque fuera difícil de creer sin ella no era nada, yo la adoraba, siempre la había adorado...
Estaba preocupado, ya que ella era demasiado obsesiva, demasiado compulsiva, demasiado impredecible...
Hace unos años ocurrió algo parecido:
Una tarde cálida, llena de recuerdos, ella decidió cerrar todas las puertas, decidió desaparecer por un tiempo, y sólo observar tranquila la llegada del desolador otoño, o tal vez la llegada de otra vida...
Predecía que estaba vez pasaría igual, aunque definitivamente fuera para siempre. Después de rondar por las calles de aquel pequeño y triste pueblo, decidí cambiar mi manera de pensar sobre ella, decidí ayudarla a seguir adelante, decidí tenerla en mis brazos para siempre.
Me apresuré, y cuando llegué a aquella vieja mansión, entré en el jardín, en aquel jardín lleno de margaritas deshojadas, lleno de despojos, árboles muertos, hojas secas, aquel jardín sin vida.
Estuve rondando por allí y encontré una pequeña ventana entreabierta que daba al salón. Con mucho cuidado me asomé y pude ver como mis confusos pensamientos se hacían por desgracia realidad.
La locura envolvía su cuerpo, ella estaba pálida, con miedo.
Yo no la reconocía, sus silenciosas lágrimas, su mirada muerta...
Y mientras ella recordaba aquel seco atardecer de otoño que marcó su vida, su locura se volvía más visible y después de todo, decidió quitarse la vida pero antes escuché un leve susurro:
-Lo haré poco a poco, jugando con mi vida, como cada atardecer, contemplando como el otoño inunda las calles...

2005