sábado, 20 de junio de 2009

Escribo el prólogo
de mi ignorancia,
siento como la tinta sale
de mis arterias.

Perdida en tus entrañas:

He caido
a tus pies

He vivido
con la corrupción
en mi corazón

He escupido
saliva y sal
en tus heridas

El índice se queda roído
por tu mirada desafiante

Nuestra historia
vacía y agria
inventada y enredada
con tus manos.

No te odio
ni te adoro.

Solo,
te reprimo,
Sola.

26.02.09

sábado, 2 de junio de 2007

Quiero ser tormenta en el mes de mayo

Sólo quiero respirar
furia gris
de lluvia y arena.

Y convertirme en un rayo
fugaz e inesperado
de luz y tiniebla.

Quiero ser tormenta en el mes de mayo.
Descontrol y pureza.

Sólo quiero entregarme al viento helado
fusión
de granizo y niebla.

Y caerme desde lo más alto
fogosa y hambrienta
de tu ombligo a tus pies.

Quiero ser tormenta en el mes de mayo.
Descontrol y pureza.


Sólo quiero desaparecer.

Y derretirme.

Acabar siendo
tierra roja
de sangre y lodo.


20.05.07

Pinchazos de sal

Su mirada permanecía intacta, aplacada por el miedo, como siempre.
Era difícil imaginarse tantas cosas...Pero aún era más difícil creer en todo lo que nos rodea, en las sensaciones intrigantes que recorren nuestro cuerpo convertidas en un leve y acelerado cosquilleo. Creer para volver a retractarnos dejando todo lo extraño y horripilante a un lado.
Hay dos caminos; sobrevivir creyendo o huir sin creer en nada.
Él estaba confuso, pensando en que sería de todos nosotros dentro de un tiempo, cuando el mundo ya no fuera mundo y el cielo nos amenazase con derretirse sobre nosotros.
Sentía un dolor punzante en los dedos de las manos, como si en cualquier momento pudiera llegar a dejar de sentir. Era extraño pero cierto, como tantas y tantas cosas...

Acudía a la playa más cercana la mayor parte de los días para envolverse con la frescura del espumoso mar y olvidar aquel confuso dolor.
Solía sentarse en la orilla y arrastrar sus dedos por la fina y mojada arena, hasta que las olas del mar rompían frente a él y todo se mojaba; alma y cuerpo, cuerpo y alma.
Solo, seguía intentando descifrar el final del horizonte, aquella larga y fina línea que separaba lo más bello; el mar y el cielo.
Era un chico delgado y pálido, con ojos de un gris azulado –como la espuma del mar-.
No le gustaba hablar con nadie. No le gustaba tener que soportar el ruido de la gente en las calles, hablando y hablando de los demás, apostándose la dignidad unos a otros, gritando frases estúpidas que no servían de nada a nadie...
¡Ruido! ¡ruido! -aún así, prefería el ruido de la soledad-.
Pero cada día que pasaba se acentuaba más ese dolor retorcido y cobarde.

La primera vez que sintió algo así fue cuando, tumbado sobre una roca tan agrietada y lisa que superaba a la contradicción (cosas de la insólita naturaleza) descubrió unos metros a su lado una gran concha de colores dorados salpicada con manchas rosadas iluminadas por el sol y, justamente enfrente, una pequeña niña de largos cabellos y profundos ojos, adentrándose por el rocoso camino para llegar a esa concha que parecía mirarla apoderándose de su ser. La pequeña andaba y andaba, agarrándose como podía para no mojarse su largo vestido con la sal del mar. De repente, él la miró a los ojos, y la niña, exhausta, se sonrojó a la vez que tropezaba con el pico de una encrespada roca negra. Entonces, él la agarró cogiéndola de las manos y sintió como un terrible dolor se apoderaba de él, como si algo fuera mal, como si se acercarse reptando sobre ella una sensación fría y oscura...como si a la niña se la comiese el mar, viajando encima de esa enorme concha dorada hacia otro mundo, hacia la muerte.
Sus manos suaves eran como la voz de aquella sonriente niña, se ahogaba de pie frente a él, erguida sobre la roca contradictoria, frente a frente. Y las manos de la pequeña le pedían ayuda; sólo ellas, gritando como si miles de espinas se clavasen en las yagas de sus dedos.
Era ese dolor punzante y agonizante en mis dedos lo que me decía que la pequeña moriría engullida por el oleaje de aquella mañana.
Él seguía sujetando sus manos hasta que un fuerte pinchazo hizo que el cuerpo de la pequeña se derrumbase sobre la gran concha dorada.
¿Por qué? La niña estaba bien, sonreía al mirarle hasta que, de repente, su mirada perdió intensidad y sus párpados se cerraron lentamente hasta que su corazón dejó de latir...una simple tentación, un simple roce de dedos...la había matado.

Era un don maldito el de predecir la muerte, pero después de sentir como se partía en dos al ver a esa pequeña arrastrada por las olas sobre su gran deseo, sobre su gran concha; pensó que sólo podía ser un “don”; tal vez para excusarse y sobrevivir.

Desde aquella mañana sentía ese dolor en los dedos de las manos, le asustaba porque le había pasado con más gente, pero solo al contactar sus manos con las de alguien que estuviera al borde de la muerte. Pero ahora...ahora era todo distinto, le dolía a todas horas y era imposible deshacerse del dolor.
Prefería no pensar y seguir caminando sobre su ignorancia.
Después de un tiempo, fue a la playa como cada día y se sentó sobre la orilla para que el mar le mojase lentamente los pies y las piernas. Aquel día si que era fuerte el dolor, se acentuaba sobre él algo extraño, algo que le consumía por dentro.
Estaba mirando a la lejanía del cielo, observando como las nubes se enredaban sobre él.
Arrastró sus pequeños dedos sobre la arena, despacio, como siempre.
Y se dio cuenta de que no sentía nada, de que no existía ahora ninguna sensación sobre sus yagas, ni fría ni húmeda, ni seca ni cálida...nada.
El mal se adentraba, y atacó ahora a sus piernas, esa sensación subía por todo su cuerpo...hasta que dejó de sentir.
Sabía que iba a morir, y aquel mal extraño ahora llegaba a su fin, parecía que miles de manos apretaran contra su cuello y sus ojos se perdieran nublándose el cielo.
Era como si aquellas nubes se le cayeran encima y no pudiera hacer nada porque no era nada, no era nada sin sentir...
La brisa del día le azotaba la cabeza y sus ojos se cerraban para no volver a abrirse; era el principio del final.
El dolor estaba por todo su cuerpo, allí, tendido en la arena, sobre espuma y sal, sobre dolor y muerte.

Desgarrando su propia vida

Ahora, ahora la agotaba la idea de pensar.

No quería seguir.

No podía parar.

Pero allí estaba; devolviendo lágrimas, devolviendo vida.
Era como un monstruo insaciable que se alimentaba del sufrimiento y se comía su vida, poco a poco.

Ella

Se miraba.
Se tocaba.
Se hundía.
Se moría.

Noche tras noche escribía lo que sentía en las hojas de un viejo cuaderno.
Y volvía a morir.
Cada noche.
Cada día.
Llegaba el sol, llegaba la luna; como siempre.
Y ella quería parar el tiempo, parar su obsesión. Tirada, pensaba en dejarlo.
¿Cuánto más aguantaría?
Llevaba dos semanas evitando la tentación de desgarrar su vida vomitando.
Pero volvió (ella), el monstruo volvió, cargado de más fuerzas, más veneno, más dolor.
Mientras:
La engullía. El monstruo a ella. Ella a su vida.
Devolvía su vida como cada día, incluso sin tener ya vida alguna que devolver.
Y lloraba. Una y otra vez.
Y el monstruo se apoderaba de ella.
Y crecía.
Y vivía acomodado en todo se cuerpo.
Y se apoderaba de ella mientras rasgaba la poca carne que quedaba y lo convertía en huesos, lo convertía en una desesperada obsesión por desaparecer.
Y seguía ese extraño ser dentro de su estómago, dentro de su cabeza.
¡No sigas!- le gritaba a él; se gritaba a ella misma.
Rota.
Ella estaba esparcida por el suelo en mil pedazos.
Y devolvía.
Se hacía cada vez más y más grande y la mordía.
Y envenenó su cerebro.

Demasiado tarde para darse cuenta de que esa asquerosa y enmarañada sensación, ese insaciable y obsesionado monstruo era ella.
Y seguía, se desgarraba la vida como si se tratase de algo normal.

Ahora, ahora era la definitiva.

Ocupó todo su precioso cuerpo y la inundó de sufrimiento.

Ahora, ahora vomitó toda su vida.

14.03.06

Caminando sobre su vida

Ella caminaba sobre la estrecha y larga línea de su vida.
A un lado.
Él.
Al otro lado.
El mundo sin él.
Caminaba despacio y él la seguía.
El viento soplaba fuerte, su pelo se revolvía .
Ella cerraba los ojos,
y sus ojos no podían más que sentir y derramar lágrimas.
Ya quedaba menos.
Al final;
el horizonte, granate y roto.
Debajo de sus pies;
el precipicio;
la muerte, negra y cortante.

De repente, una voz desafió al silencio de la noche.

Era él.

¡Espera!
Sigo necesitando tu mirada.

No ves que me hundo,
que no hay salida.


Una fría ráfaga de viento y lluvia azotó su cara y desvaneció a su mirada.

Dudaba y el silencio se apoderaba otra vez de sus almas.

Y otra vez él.

¡Eres tú!
¡Deja de jugar conmigo!
¡Deja de amarme!

¿Ahora qué?
¿Tendré que esperar a que recojas mis pedazos?
¿O seré yo el que recoja lo poco que quede de tu vida?

Ella miraba perdida en otra vida. Y él seguía rajando sus lágrimas para que cortasen más al caer sobre su fino cabello, el de ella.

¡No! ¡Tengo que hacerlo!
No puedes seguir recorriendo mi cuerpo como cada día y hacerme sentir único.
No puedes susurrarme al oído tus sentimientos y después abandonarme en una esquina.
No puedes querer que te quiera cuando me doy la vuelta y regalas tus besos.

¡No puedes matarme así!
¡Prefiero que desaparezcas!

Ella se acercó, y le besó profundamente.
¿Podría aquello borrar el dolor?
Ella pensó que sí.

Después, separó sus finos labios y le pidió perdón, una vez más.

Él permanecía inmóvil.
Observando la vida de ella,
que se reflejaba a su alrededor
Esa vida,
era tan oscura y tibia.
La sentía tan lejos de él...

Tan lejos
que no podía envolver las mentiras
para convertirlas en verdad.

Tan lejos
que no podía creer sus palabras.
Ni besarla
y mucho menos, amarla.

Y miró a un lado y a otro, y en medio, ella.
Intentaba olvidar su silueta, pero era algo imborrable en él.
Ella estaba sentada, mirando al precipicio, burlándose de su propia vida.
Una lágrima calló sobre su pálida mejilla y notó como una pequeña mano le agarraba.
Ella se giró.
Era él.
Lloraba con los ojos cerrados.
Sus manos se abrazaban tan fuertemente que ahogaban al aire.
Y el tiempo se hacia tan lento y pesado.
Él se sentó junto a ella.
En ese momento, los dos sentían lo que iba a pasar.
Querían olvidarse, pero no podían.
Querían amarse, pero no podían.
¿Permanecerían separados amándose e intentando olvidarse?
¡No! Sería mejor hundirse los dos en su amor y no volver a mirar al horizonte.
No podían vivir el uno sin el otro.
No aguantarían luchando por sobrevivir en un mundo no deseado.
¡Sí! Ellos preferían ahogarse juntos, en la eternidad.
Se miraron.
Y al mismo tiempo, se susurraron al oído:
-Te amo.
Y saltaron al vacío.
Saltaron hacia la muerte.






Dedicado a una persona muy especial.
Rcuerda, sólo hado hincapié en la desesperación y el deseo de saltar al vacío fruto de la traición...
Pero para nada tienes que acabar así, porque la vida te debe mucho y tienes que disfrutarlaaa!!
Te quiero pequeño!!1bsazooo

Con ella

Mi pequeño y largo dedo índice recorría ahora su cara, daba vueltas por su encrespada piel y se hundía en su cuerpo.
La tocaba.
¡Sí!
Ella estaba allí.
Sus suspiros morían con la llegada de la noche.
Y yo seguía con ella.
Acariciaba ahora su espalda, su suave y clara espalda.
Y mis dedos se perdían en ella.
Y sus labios se perdían en mi.
Pero seguía.
Mis manos se arrastraban con suavidad y se detenían cuando su respiración se hacía más fuerte
recalcando en ella mi deseo.
Ahora, mi lengua.
Era la que humedecía y besaba su cuerpo, poco a poco.
Me detenía.
La miraba.

Preciosos aquellos ojos que intentaban apoderarse de mi cabeza clavándose en mi mente una y otra vez.

Observaba.

Un lunar brotaba de su labio y me invitaba a besarla.

Un lunar.

Su mirada.

Su cabello.

Me sumergía en otro mundo.
Con ella.

24.03.06

Roto silencio

Una voz,
el profundo silencio.

Un nudo en mi garganta,
y mientras tú,
hablándome de tantas cosas,
melancolía y sueños;
Belleza,
y poesía.

Poesía que nacía en tus labios
y se derramaba sobre el silencio.

Poesía que cortaba nuestra extrañeza
al oír nuestras voces,
al sentir con las palabras.

Tu voz,
derrotando
al silencioso silencio.

"Sólo escribo por gusto"
te repetía a ti, insaciable voz.

No soy nadie,
pensamientos contradictorios
me agotaban y pesaban en mi.

Y por fin
llegó mi voz,
matando al precioso silencio.
22.05.06



Dedicado a Leo Zelada.
Pero, sobre todo, a esa inesperada llamada de teléfono...
Un saludo.